domingo, 18 de mayo de 2008

Amistades con fecha de vencimiento I

Pasa el tiempo
y los recuerdos
se van alejando ya.

Lo que quedan son esas personas que nos llevamos en la vida gracias a un pedacito de camino compartido. Pero parece que hasta las amistades son, como el amor, perecederas. Y es que después de un tiempo resulta casi inevitable un distanciamiento. Qué sucede? Es culpa de uno o eso está en la naturaleza misma de las amistades? Por qué es tan difícil que una relación así trascienda un par de meses más allá de la aparente separación? Termina una etapa y cada uno agarra su camino, y 'chau, fue un gusto'? Me esperaba otra cosa de parte de gente con la que compartí momentos importantes en pasillos que quedaran grabados siempre verdes en mi memoria. Hablás cada tanto, y en apariencia nada cambió y sigue siendo todo lindo como antes. Y todavía "te quiero mucho y sos muy importante para mí", pero bien que en todos estos momentos ni me hablaste ni me escribiste ni me llamaste ni me recibiste cuando te rastreé y te busqué.

Hay una cuestión de género atrás de todo esto? Personalmente siempre me parecieron muy distintas mis amistades con mujeres por la facilidad y la solvencia y hasta la seriedad con la que puedo hablar ciertos temas (considerando que quizás mis amigos varones se toman algunos asuntos con más criticismo o hasta para la joda)... Temo verme envuelto nuevamente en la primitiva cuestión de si puede existir o no la amistad entre el hombre y la mujer. Durante estos últimos años creí que sí, pero a partir de experiencias una parte mía comienza a pensar que quizás ese fatal e inevitable distanciamento sea fruto de una igualmente insalvable tensión sexual (!?) por la sola diferencia de género. Más allá de mi tendencia (que todavía juzgo apropiada) de 'des-sexualizar' a mis amigas mujeres y pensarlas como personas más allá de su condición de tales (lo cual, lejos de límites de grosería, me permitió un trato indistinto y a la larga me ahorró muchos problemas) evidentemente el contraste sigue a flor de piel, inflanqueable. Alcanzado cierto nivel de confianza, me van compartiendo algunas intimidades y es evidente la constante pendencia de la sexualidad. Aquí me doy cuenta de que esa repugnancia no sale de mi condición de hombre enfrentada a su condición de mujeres, sino de mi particular experiencia de sinsabores en ese campo. No se trata de negar el costado animal y pretender ser un ente asexual, sino de vivir ese plano sin tanta frivolidad como se vive en el mundo de hoy, donde las personas realmente importen. Donde no seamos más cómplices de la cosificación del ser humano.

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